A mí no me esculpieron los dioses en el Olimpo, así que tengo algún que otro defectillo por ahí. Uno de ellos, la impaciencia. Y hoy le quiero dedicar la newsletter a ese defecto que me ha traído alguna vez más que algún dolor de cabeza.
Voy a empezar con una confesión: soy impaciente. No del tipo “uy, qué nervios, me muero de ganas de que llegue el estreno de esta serie”, sino más bien del tipo “¿por qué mi café no está listo en 0,4 segundos?”.
Y sin embargo, la vida, con su retorcido sentido del humor, ha decidido que yo, precisamente yo, aprenda el arte de esperar.
Y lo ha hecho con la paciencia de una abuela preparando pan casero: amasando bien la lección, dejándola reposar y dándome alguna que otra hostia cuando intento acelerar el proceso.
Porque sí, amigos, la vida es como una masa de pan. Y no lo digo solo porque a veces se nos va de las manos y acaba pegándose en todos lados.
La paciencia tiene levadura
Si alguna vez has intentado hacer pan (o cualquier receta que implique levadura), sabrás que el proceso es un ejercicio de fe. Mezclas los ingredientes, los trabajas con cariño, y luego... esperas.
Esperas a que la levadura haga su magia. Esperas a que la masa suba. Esperas a que el horno se precaliente. Esperas a que el pan se hornee. Esperas a que se enfríe para no quemarte la lengua como un idiota.
Si cortas antes de tiempo, te queda una masa triste y apelmazada. Si intentas forzar el crecimiento, la levadura se rebela y te castiga con un pan que parece más una piedra pómez que algo comestible.
Y así es la vida. Queremos que todo pase YA. Que llegue el trabajo perfecto, el proyecto que nos haga felices, la oportunidad de oro. Pero hay cosas que, como el pan, necesitan su tiempo.
Cuando intentas acelerar la receta
No voy a decir que soy de esas personas zen que aceptan el fluir del tiempo con serenidad. No. Yo he intentado acelerar mi pan muchas veces en la vida.
He mandado manuscritos a editoriales antes de que estuvieran listos (confiando en que no notarían que el capítulo 12 era un borrador con notas en mayúsculas tipo “AQUÍ PON ALGO INTELIGENTE”). He dicho que sí a proyectos sin esperar a ver si realmente eran lo que quería. He intentado que cosas cuajaran antes de su momento.
¿El resultado? Pues un montón de panes crudos, oportunidades desperdiciadas y alguna que otra indigestión vital.
Pero cada vez que la he cagado por impaciente, la vida me ha recordado que las mejores cosas llegan cuando el horno está a la temperatura adecuada.
La espera no es pasiva
Eso sí, que nadie me venga con el cuento de que “hay que esperar sentado a que las cosas lleguen”. NO. Esperar no es quedarse mirando la masa, como un tonto, a ver si sube.
Esperar es AMASAR. Trabajar la masa, darle forma, asegurarte de que todo está en su sitio. La levadura no hace milagros si no le das las condiciones adecuadas.
Si quieres publicar un libro, no esperas a que una editorial te descubra mágicamente: escribes, mejoras, buscas opciones.
Si quieres cambiar de trabajo, no esperas a que el destino te mande un email: te preparas, investigas, haces contactos.
Si quieres que alguien te escriba, no esperas con el móvil en la mano: lo escribes tú o pasas de página.
La paciencia no es resignación. Es confiar en que lo que estás haciendo tiene sentido, y que llegará su momento.
El pan que está en el horno
Si estás en un momento de espera, quiero decirte algo: todo lo que importa en la vida ha necesitado reposo antes de estar listo.
Yo, por ejemplo, ahora tengo mis propios panes en el horno.
Mi novela Más p’allá que p’acá se está pensando en hablar inglés (sí, la historia de la tarotista que murió por culpa de una loncha de jamón ahora se puede leer en Kindle).
Mi próxima novela está en plena fase de amasado (y mis suscriptores de pago serán los primeros en ver la portada).
Y aunque el día tiene las mismas 24 horas para todos, yo intento sacar 30 minutos al día para escribir bocetos de mi siguiente libro. Porque todo empieza con una idea, y esa idea necesita tiempo para fermentar. Gracias a los disparadores creativos de
y
Sé que el resultado llegará. Porque ahora entiendo que esperar no es perder el tiempo, sino permitir que el tiempo haga su trabajo.
Así que, si estás en una fase en la que sientes que nada se mueve, piensa en el pan. Recuerda que la mejor masa necesita su tiempo para crecer. Y confía en que, cuando menos lo esperes, el horno sonará ¡ding! y todo habrá valido la pena.
Por ciertooo: Cualquiera diría que hoy he desayunado a un maestro zen.
Y ahora dime… ¿qué cosa en tu vida está en “modo fermentación”? Te leo. 🍞
Y ahora les toca el turno a mis lectores de pago, si quieres invitarme a un café podrás leer lo que viene ahora.
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