El club de los sueños compartidos - #2
Segundo capítulo de una serie de relatos compartidos entre unos cuantos locos y locas de la comunidad hispanohablante de Substack. ¡Vamos a ver qué historias salen de estos encuentros oníricos!
Os dejo por aquí el primer capítulo por si os lo perdisteis.
Esto de la física cuántica es más complicado de lo que parece, y eso que empecé con un libro para dummies. Ya empiezo a entender cómo he llegado hasta aquí, pero controlar el proceso al 100%... eso todavía no. Lo que no entiendo es por qué la chica con el colgante de piedra marrón y la libreta rosa no puede verme. Invisible no soy, porque el chulazo al que tengo que perseguir ya me ha pillado mirándolo un par de veces, y a él no parece molestarle devolverme la mirada. Lástima que tenga los pies tan pequeños y sea unos centímetros más bajo que yo.
No es fácil dejar este mundo atrás cuando tienes cinco hijos a tu cargo. Por más que los bañes, les des de cenar, les cuentes un cuento y reces para que cierren los ojos a una hora decente, siempre surge algo: el encargo de última hora, la crisis de tu hermana, la depresión de tu madre... Y encima, que te digan que vas siempre hecha un desastre con la ropa llena de pintura. ¡Demasiado hago con acordarme de vestirme cada día!
Ojalá, al menos en este lugar, los pensamientos se bloquearan y solo viéramos unicornios de purpurina mientras nos fumamos un canutillo de vez en cuando. ¿Es mucho pedir? A ver, Manuela, que te me descarrilas como el coche de Roberto.
Me coloco las gafas que siempre llevo enganchadas en el pelo y busco al chico que parece sacado de un ejemplar antiguo de la Super Pop. Saco del bolsillo de mi peto vaquero la foto que mi hija mayor me ha prestado, a cambio de que la deje quedarse a dormir en casa de su mejor amiga. Es guapo, no es mi tipo, pero oye, le haría un favor. Ahí está: él es la llave para conseguir lo que quiero, y parece que este sitio es el único donde puedo pillarlo sin su séquito de lameculos.
Vamos, Manuela, que no se diga. No vas a ponerte nerviosa por hablar con un hombre, aunque tenga los pies tan pequeños. Me acerco a la esquina donde está sentado, en plan indio, y me dejo caer a su lado sin esperar invitación.
—Hola. —Joder, Manuela, ¿tú no eras la creativa de la familia?
Me mira como si fuera un fantasma y no dice ni una palabra. Menudo gilipollas.
—Sé que aquí nadie habla con nadie, pero yo no puedo perder más tiempo. Necesito que me ayudes —suelto la frase de carrerilla, antes de que mi boca decida traicionarme.
—¿Sabes por qué estamos aquí? —pregunta, finalmente.
—Vaya, creía que te había comido la lengua el gato —le digo, intentando que no se note mi ansiedad.
—Creía que no podíamos hablar. Es lo primero que digo desde que llegué. ¿Cómo voy a ayudarte si no sé dónde estoy, ni qué hago aquí?
Respiro hondo, como me enseñó mi profesora de yoga, y lo miro fijamente a los ojos:
—No, si al final voy a ser yo la que te salve el culo.
Participantes:
🫶
¡Seguidlos para no perderos el relato compartido!
PD: ¿Qué crees que pasará en el próximo capítulo?
Lo mejor de esto es que somos lectores y escritores al mismo tiempo.
¡Me encanta lo que está saliendo! Mucha intriga en ir sabiendo qué van haciendo el resto de personajes, los que se ven y los que no jajaja.