Apaga el horno antes de que se te queme el cheese cake
Lo que pasa cuando desconectas de verdad
Tengo una teoría.
(Spoiler: no está avalada por ningún estudio, pero sí por mi sistema nervioso).
La comparto igual.
Creo que las ideas también se cansan.
Sí, sí, como lo oyes.
Se saturan, se repiten, bostezan.
Empiezan a decir cosas como:
“Yo ya salí en la newsletter de abril”,
o “esto lo pensaste la semana pasada cuando te atragantaste con un dátil”,
o peor aún: “déjame en paz que me quiero tomar un vino y mirar al mar”.
Y, claro, cuando las ideas se rebelan…
hay que escuchar.
No por respeto (que también), sino porque si no las dejas irse de vacaciones, se te ponen en huelga indefinida.
Y a ver cómo escribes tú luego sin que suene a pan seco del día anterior.
Así que eso hice.
Después de un año sin vacaciones, de las de verdad,
Apagué el horno.
Puse el cartelito de “cerrado por descanso creativo” y me largué.
Sin portátil.
Sin borradores.
Sin el síndrome de la impostora diciéndome “si paras, nadie te va a leer más” (spoiler: esa señora también se quedó en tierra, tomándose una tila).
Y pasó algo mágico.
Cumplí el sueño de conocer Nueva York.
Celebré mis 40 y mi 13º aniversario en la Gran Manzana.
No abrí los emails durante una semana (aunque ahora me esperan 350 en la bandeja de entrada)
Y en medio de la jungla americana, llegaron miles de nuevas ideas.
Como cuando levantas una masa y la dejas reposar, y parece que no pasa nada, pero por dentro hay burbujas haciendo lo suyo.
La creatividad también sube cuando no la estás vigilando con cara de exigencia.
Y de pronto, sin buscarlo, empezaron a volver.
Ideas tontas, ideas brillantes, ideas rarísimas.
Diálogos, titulares, escenas de futuras novelas que aparecían mientras me comía un perrito caliente.
Y entendí algo (o lo recordé, que es otra forma de entender):
la desconexión también es parte del proceso.
No se trata solo de currar y currar hasta que algo encaje.
También hay que parar, mirar al techo, mirar al mar, mirar una pared si hace falta.
Y confiar en que cuando vuelvas, tus palabras también volverán contigo.
Más frescas. Más libres. Más tú.
Así que, desde aquí, te animo a que te vayas.
Sí, literal.
Una tarde, un finde, una semana.
Lo que puedas.
Pero vete.
Desconecta de verdad.
Sin culpa.
Sin el móvil pegado a la mano.
Sin pensar que si paras, el mundo se desmorona.
(Spoiler: el mundo sigue. Incluso sin tu post en redes.)
Hazlo por ti.
Por tus ideas.
Por las historias que todavía no han nacido.
Y si estás en modo "yo no puedo permitirme parar", te lo digo desde el amor y la experiencia:
no puedes permitirte no hacerlo.
Las mejores recetas necesitan reposo.
Y tú también.
Nos leemos pronto,
con ideas nuevas, energía recargada y muchas ganas de seguir metiendo la pata y contando todo lo que no debería contar.
Gracias por estar ahí.
Siempre.
Incluso cuando me voy.
Alba
(la que vuelve del descanso con una libreta llena de burradas por escribir)
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